RELIGIÓN / SACERDOTES EN PRISIÓN Tres curas en el infierno |
CUANDO el lunes el sacerdote José Domingo Rey entraba en prisión condenado por abusos, lo hacía con miedo a «la ley de la cárcel». La que ve mal a los curas y peor a los pederastas. Luis José y Edelmiro llevan meses sabiéndolo JOSÉ MANUEL VIDAL Aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad...». Camino de la cárcel, el sacerdote José Domingo Rey Godoy, párroco de Peñarroya (Córdoba), repetía mecánicamente la frase de Cristo en el huerto de los Olivos. Con esa letanía en la mente llegó a las puertas del centro penitenciario de Alcolea (en la misma provincia), a las 8.30 de la mañana del pasado lunes. De forma voluntaria y antes de que el juez que lo condenó a 11 años por abusar de seis menores firmara su orden de ingreso en prisión.Para apurar cuanto antes su particular cáliz. «Con entereza, pero con miedo a lo desconocido», dice su abogado, Antonio de la Torre. Sobre todo, a la ley de la cárcel, que en prisión prima sobre la de los hombres y la de Dios y que es inmisericorde con violadores y pederastas. «Una condena de este tipo es lo peor que le puede pasar a un sacerdote. Significa acusarle de atentar contra lo más sagrado: la inocencia de los niños, y en el confesionario. Tu dignidad como persona y como cura, por los suelos. La de tu familia y la de la Iglesia, también. El peor de los calvarios». Así retrata un compañero sacerdote la situación de José Domingo, que lleva una semana en la cárcel, pero aún sigue con la angustia atrapada en las tripas. El padre Pepe, como le conocían en Peñarroya, está pasando la primera semana de internamiento en el módulo de ingresos o de adaptación con chequeos médicos y psicológicos exhaustivos. «Hasta la semana que viene, que le asignarán una celda definitiva en la cárcel de Córdoba», explica su abogado. Sólo entonces se enfrentará a la cruda realidad. Y como un hombre marcado. Marcado por dentro, por lo que eso supone para un cura.Y por fuera, a los ojos de todos los internos, que han seguido su caso en las primeras páginas de la prensa y en la apertura de los telediarios. Todo el mundo sabrá, cuando llegue, que es «el cura que sobaba a las niñas que iban a hacer la primera comunión». SOBON PERO NO ABUSADOR O como dice la sentencia: «Les colocaba las manos en su zona vaginal y, una vez allí, rozaba sus órganos genitales, no de forma puntual, sino continuamente». Y añade: «Tales caricias tenían como objetivo satisfacer el móvil lúbrico que guiaba al acusado en ese proceder, y ello aun cuando se hiciera por encima de la ropa». Sobón, pero no abusador. El que no haya consumado el acto puede terminar siendo su salvación en la cárcel. «Está advertido de cómo funciona la ley de la cárcel ante este tipo de casos. Y lógicamente tiene miedo a las eventuales represalias y, al mismo tiempo, confía en los dispositivos de seguridad del centro», prosigue su abogado. De esa angustia agarrada al estómago, de miradas torvas y amenazas explícitas y susurradas saben ya mucho otros dos sacerdotes españoles que también cumplen condena por abusos sexuales. Uno, Luis José Beltrán Calvo, de la diócesis de Jaén, lleva tres meses. El otro, Edelmiro Rial, de la diócesis de Tui-Vigo, más de un año. Ambos condenados por abusos sexuales a monaguillos de sus respectivas parroquias. Ambos considerados «inocentes» por sus feligreses y culpables por los tribunales de Justicia. El ex párroco de Baredo, Edelmiro Rial, fue condenado a 15 años por la Audiencia Provincial de Pontevedra por abusar sexualmente de seis menores de entre 14 y 15 años, alumnos suyos y cinco de ellos monaguillos de su parroquia. Recurrida la sentencia, el Tribunal Supremo la elevó a 21 años, por estimar que dos de los delitos, calificados en un primer momento como delitos en grado de tentativa, fueron, en realidad, agresiones sexuales. Era el mes de febrero de 2004. Edelmiro llevaba ya casi un año en la cárcel de A Lama. Nada más entrar en la prisión, el cura se sumió en una profunda depresión. Llegó a perder hasta 30 kilos de peso en los primeros meses de condena. De hecho, su defensa pidió su libertad por motivos de salud, pero le fue denegada. Entre los presos, los curas no tienen buena prensa. Y menos, los pederastas. Edelmiro tuvo que hacer frente a varios tipos de compañeros en el comedor, en los recreos y hasta en las celdas.Unos le miraban con indiferencia; otros, con asco o con abierta hostilidad. Pero la mayoría, con cierta pena. Porque el veredicto de la cárcel de A Lama sobre el cura de Baredo no coincide con el de la Justicia. Para los presos, «el cura fue un pardillo, que se dejó engañar por unos adolescentes resabiados y espabilados». Eso salvó a Edelmiro de las represalias físicas. De lo que no pudo salvarse fue de las mentales y espirituales.«Hasta llegó a tener dudas de fe», dicen los pocos amigos curas que le quedan. Pero Edelmiro se agarró a su fe, sacó fuerzas de flaqueza y, poco a poco, se fue recuperando. Con la ayuda especial del capellán de A Lama, Isaac de Vega, y de los voluntarios de la pastoral penitenciaria. Porque la Iglesia católica mantiene un tupida red de asistencia religiosa y ayuda a los presos de todas las cárceles del país.Con sus capellanes y sus voluntarios, que se cuentan por centenas.Ese colchón de solidaridad y apoyo eclesiástico salvó a Edelmiro del abismo de la locura. Hoy ya sonríe tímidamente, dice misa para él solo, reza el rosario y el breviario (libro de oraciones de los curas), escribe cartas, lee libros de literatura y de teología y hasta se ha matriculado en Derecho por la UNED. Y sigue esperando un milagro. El milagro de un indulto, que han solicitado más de 3.000 feligreses, o de un fallo favorable del Tribunal Constitucional, ante el que ha recurrido su defensa.Mientras tanto, el obispo de Tui-Vigo, José Diéguez, tuvo que pagar, como responsable civil subsidiario, indemnizaciones por valor de 44.000 euros. Ni el entorno de Edelmiro ni el del otro cura condenado, Luis José Beltrán, quieren remover el asunto en la prensa. Creen que el silencio mediático es lo mejor para los implicados y para la propia institución eclesial. «Déjenle tranquilo. Bastante tiene ya para que se ande por ahí aireando su caso», dice el capellán de la cárcel Jaén II. Un caso incluso más llamativo que el de Edelmiro Rial. Primero, porque el Tribunal Supremo consideró que el ex párroco de Alcalá La Real realizó con un monaguillo, durante tres años, felaciones, tocamientos y masturbaciones y le condenó a ocho años de cárcel. Y en segundo lugar, porque su obispo, Santiago García Aracil, tomó partido por él, incluso después de la sentencia condenatoria: «No condeno moralmente a este hermano en el sacerdocio, negándole credibilidad cuando afirma que no tiene conciencia de ser responsable de los delitos que le imputan». OBISPOS COMPRENSIVOS A los obispos les cuesta condenar a las ovejas negras de su rebaño presbiteral. Para muestra, otro botón. El obispo de Córdoba, Juan José Asenjo, declaró públicamente su «apoyo y cercanía» al párroco de Peñarroya y le mantuvo en la parroquia. Dos días después, presionado por la cúpula de la Conferencia Episcopal, le relevaba del puesto. Pero el manto protector de los obispos no llega a las cárceles, donde los curas abusadores son tratados como apestados. «En la cárcel todo es instintivo y primario. No es un lugar de reflexión y de diálogo. Además, según el código ético carcelario, los peor vistos son los chivatos y los condenados por delitos sexuales», explica Juan Carlos Ríos, experto en pastoral penitenciaria y profesor de la Universidad de Comillas. Las propias prisiones, conscientes de ello, toman medidas de protección. Los curas abusadores también intentan autoprotegerse. Saben que, de entrada, son odiados por los reclusos. Por lo que hicieron, por lo que son y por lo que representan. La estrategia de los sacerdotes internos consiste en ganarse a sus compañeros por la vía de la humildad, de la renuncia a cualquier tipo de privilegio que pudiesen conseguir y de hacer favores. Preparados intelectualmente, acostumbrados a lidiar con todo tipo de gente, sociables y con don de gentes, los curas encarcelados se han ganado de hecho el aprecio de sus compañeros de infortunio.A Edelmiro, algunos presos hasta le han comenzado a llamar «padre» otra vez. Otros siguen llamándoles por su nombre. Y unos pocos le dicen «cuervo». Aunque, allí dentro, los sacerdotes ya no van de negro ni visten clergyman ni llevan alzacuellos. Visten de calle, como todos los demás. Son uno más. Sin privilegios de ningún tipo. A solas con sus conciencias y con su cruz a cuestas. Son la mano izquierda de Dios, la «herida abierta» en el cuerpo de la Iglesia, como calificó el propio Juan Pablo II a los curas pederastas de EEUU. SIGUEN COMO CURAS Y «DICEN» MISA Los tres sacerdotes encarcelados por abusos sexuales no han dejado de ser curas. Ninguno de sus obispos les ha reducido al estado laical ni les ha suspendido a divinis, pena que, en cambio, infligió la jerarquía católica a José Mantero, el sacerdote homosexual de Valverde del Camino (Huelva) que salió del armario hace dos años. Tanto Edelmiro como Luis José y José Domingo dicen misa todos los días en las capillas o las salas acondicionadas como tales en sus respectivas cárceles. Pero en solitario. Porque lo que no puede hacer ninguno de los tres es celebrar la eucaristía en público para los presos. Lo hacen en privado. Para alimentar su fe y mantener la tensión espiritual. Cuando salgan, sus respectivos obispos tendrán que asignarles otras parroquias. O recluirlos en conventos de monjes, si alguien les recuerda. Para entonces, sus casos posiblemente se hayan olvidado. Pero ellos seguirán siendo curas marcados. Fuente: EL MUNDO.es |
miércoles, 3 de noviembre de 2010
Tres curas en el infierno
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Dn Edelmiro, sus feligreses sabemos que su tribulación da frutos. ¡Y abundante! ¡Ánimo! No es el discípulo más que el Maestro. ¡Siempre unidos en Cristo¡
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